lunes, 14 de junio de 2010

Maldiciones

Paulina Gamus
Domingo, 13 de junio de 2010
Y el Señor le dijo a Abraham… “Bendeciré a los que te bendigan, y al que te maldiga maldeciré. Y en ti serán benditas todas las familias de la tierra" (Bereshit / Génesis 12:3)
Es difícil saber si alguien con cultura obtenida en lecturas de prólogos, carátulas de libros y lecciones del camarada Fidel Castro y del difunto Norberto Ceresole, tiene alguna idea de que la religión musulmana se origina por una mezcla de judaísmo y cristianismo. Y, como tal, hay figuras del Antiguo Testamento que son tan sagradas para quienes practican la religión de Mahoma como para los hijos de Israel. El patriarca Abraham, creador del monoteísmo y del judaísmo, es una figura estelar delIslam y ocupa lugar protagónico en el Corán. Su nombre aparece citado más de setenta veces y en veinticinco suras, treinta y siete pasajes y ciento cuarenta versos. Y aparece en todas las épocas de la predicación de Mahoma quien se decía el continuador de la misión del patriarca. La tradición musulmana hace decir a su profeta: “En cuanto a Abraham, yo soy de sus hijos el que más se le parece físicamente”.
Quizá por esa razón los más feroces enemigos de Israel desde la creación del Estado judío: el egipcio Gamal Abdel Nasser, el sirio Hafez Al Asad o el libio Muamar Gadafi, le declararon la guerra, promovieron actos de terrorismo, vociferaron sus propósitos de destruirlo y de arrojar a sus habitantes al mar, pero nunca profirieron una maldición en su contra. Ni siquiera Mahmoud Ajmadinejad, con su insistencia obsesiva en lanzarle a Israel una bomba nuclear que lo borre del mapa, se ha atrevido a maldecirlo. Conocedores sin duda del Corán y del respeto reverencial del Profeta Mahoma por Abraham el Patriarca, deben tenerle pavor a la advertencia divina sobre el ítem “maldiciones contra Abraham”, lo que significa también contra sus descendientes. Y que conste que si hay una cultura prolífica en materia de maldiciones ésta es la árabe en general, de la que participan también los judíos que vivieron por siglos en países musulmanes y los andaluces y gitanos españoles, por los ocho siglos de dominación árabe en la península.
Entre las más famosas maldiciones de ese origen citaremos las siguientes: Permita Dios que te veas en las manos del verdugo y arrastrado como las culebras. Que te mueras de hambre. Que los perros te coman. Que malos cuervos te saquen los ojos. Que si eres casado tu mujer te ponga los cuernos. Que mis ojitos te vean colgado de la horca y que sea yo el que te tire de los pies. Que los diablos te lleven en cuerpo y alma al infierno. Que pases por el ojo de una aguja y digas que es ancho. Que te veas como el vapor, con agua por todas partes y fuego en el corazón. Mala avalancha de m…. te pille en un callejón sin salida y con la boca abierta. Ojalá te se sicatrise (sic) el ojo del c…. Que tengas callos plantales y trabajes de cartero. Pero ninguna, ojo, ninguna dirigida al pueblo de Israel, verbigracia, a los judíos.
El presidente Chávez, quien navega entre el cristianismo, el marxismo-leninismo y el extremismo islamista, ribeteados de Vudú y religión Yoruba, sintió un sincero y hondo pesar por los nueve fallecidos en el incidente de la flotilla “humanitaria” abordada por soldados israelíes. Estaba tan dolido que no pudo menos que exclamar, en medio de una de sus diarias cadenas: “Maldito Estado de Israel”. Quizá si hubiese limitado su maldición a los gobernantes, la cosa no sería tan grave pero Estado significa: gobierno, hombres, niños, jóvenes, mujeres, ancianos, científicos, oficialistas, opositores, casas, hospitales, escuelas, universidades, todos maldecidos. Y allí es donde entra en escena el peligro de maldecir a los hijos de Abraham. Pudiera considerarse que aquello fue un arranque de ira, conmovido por la muerte de nueve personas. Pero es difícil creerlo si tomamos en cuenta que en Venezuela son asesinados, cada día, decenas de seres humanos -muchos de ellos a manos de policías y fuerzas armadas nacionales- sin que el presidente Chávez se dé por enterado y dedique, no digamos una maldición a los asesinos, sino una sola palabra de condolencia a los deudos.
Si fuese la ignorancia de los designios divinos la que condujo a Chávez a la insensatez de desafiarlos, quizá podría librarse del castigo prometido por el Creador. Pero es que esa maldición fue proferida con odio y bajo el influjo de sus prejuicios antisemitas. ¿Por qué? Porque acto seguido, el jefe de la República Islámica-Socialista de Venezuela culpó al Estado de Israel de financiar a la oposición venezolana. Quienes conocemos el libelo de los Protocolos de los Sabios de Sion, entendimos muy bien: el Estado de Israel sustituye al todopoderoso judaísmo internacional, leyenda que todos los antisemitas - Hitler a la cabeza- han usado para sus fines de odio y exterminio racistas.
No vamos a exponernos a treinta años de cárcel por aventurar que clase de maldición pudiera revertirse contra el presidente vitalicio de Iranzuela, pero a otros y desde tiempos inmemoriales, les han ocurrido cosas bien feas. Con advertirle más bien le hacemos un favor.

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