sábado, 20 de septiembre de 2008

Argelia Ríos // El futuro alcanzó a la revolución

Hoy, con el futuro convertido en presente, el repertorio de pretextos es una ruina
A leguas se percibe su inquietud: después de diez años, el presidente no sólo está impedido de emplear la coartada de la herencia puntofijista. El peor drama es que tampoco puede solicitarle al electorado una nueva postergación de sus expectativas. En la fase inicial del "proceso", Chávez logró mercadear la idea de que la revolución requería tiempo para mostrar sus logros. Los beneficios del "cambio", decía, no cristalizarían sino en el largo plazo, y siempre que el país le dotara de poderes suficientes.
Hoy, con el futuro convertido en presente, el repertorio de pretextos es una ruina. El mandatario ya no tiene una buena guarida: por primera vez en muchos años, el voto se acercará a una evaluación de la gestión conforme a los términos de una normalidad democrática. En el transcurso de este largo gobierno, Chávez hizo todo para evitar que los ciudadanos le valoraran como a cualquier otro presidente.
Deseaba ser juzgado según se juzga a un revolucionario. Sin grandes esfuerzos, consiguió eludir los temas de mayor interés para la población, que entonces no veía en el sainete un ardid contra sus genuinos intereses. Así, Chávez impuso siempre una agenda puramente ideológica, con la cual evadió la rendición de cuentas alrededor de los dramas sociales de Venezuela.
Su batalla antiimperialista, sus invasiones, su cruzada contra la oligarquía, su pleito con Colombia y las estatizaciones, sustituyeron a la inseguridad, el desempleo, el alto costo de la vida, los planes de vivienda, la salud y la corrupción... Hoy, las cosas han tomado un rumbo diferente: y aunque Chávez no abandona su desgastada trampa caza-bobos, las calamidades reales del país se le están imponiendo, mientras él -de la mano de Putin- eleva la apuesta distraccionista. La disonancia entre el día a día de la gente y las vacuas sentencias "socialistas", han abierto una brecha gigantesca.
Frente a ella, Chávez responde con la misma letanía que lo separa del país real. Ese país forcejea con sus tragedias fuera de las paredes del PSUV, desde donde se reconoce la sordidez del pantano revolucionario: con sus inmorales modales políticos, con su opulencia vulgar, su corrupta oligarquía roja y su inescrupulosa fábrica de mentiras redentoras.
La delincuencia, que Chávez prometió reducir en el largo plazo, atacando la injusticia según el "método del modelo", es la confesión dramática del fracaso socialista... Pero el presidente insiste patéticamente en su comedia: no quiere ponerle fin.
Antes prefiere cederle a Rusia un pedazo de la patria, para recrear una extravagante épica personal, sin la cual hasta él mismo pone en duda su condición revolucionaria. A Chávez le urge un zaperoco descomunal: necesita que el electorado olvide por un rato cuánto poder y recursos ha tenido para lucirse. Necesita que el futuro vuelva a estar donde lo encontró... Argelia.rios@gmail.com

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