sábado, 30 de agosto de 2008

El Papa, Italia y el fascismo




Simón Alberto Consalvi
Para ser fascista no se necesita ser Benito Mussolini. Para ser autócrata no se necesita ser José Stalin. Para ser racista no se necesita ser Adolfo Hitler. Las pestes que representan o simbolizan estos tres protagonistas del siglo de las guerras y del oprobio terminan confluyendo en denominadores comunes: en la intolerancia, en la discriminación, en el exterminio y en el ultraje del otro, del que no piensa como nosotros, del que tiene un rostro de otro color, del que cree que como persona humana tiene los privilegios de la autonomía mental y piensa distinto.


Fueron pestes del siglo XX, pero no fueron inventadas por el siglo: existieron antes, desde la Edad Media, pero tuvieron otros nombres. Obviamente, no han desaparecido de la faz de la tierra.


El hecho de que una potencia militar no asuma como principios de sus políticas los denominadores comunes que en los treinta y cuarenta del siglo XX se conocieron con el nombre de fascismo nos distancia de aquella oscura época de la historia humana.


No obstante, los extremismos de ciertas políticas ultraconservadoras o ultraizquierdistas, la discriminación racial, el odio como sistema, la persecución y ultraje del adversario, el pensamiento único como dictatum, son expresiones del funesto fenómeno que se oculta y reaparece como una fatalidad. En Italia, y como consecuencia de políticas discriminatorias y posiciones políticas extremistas, comienza ahora un debate sobre los peligros de una vuelta del fascismo.


El hecho de que Italia sea cuna de una de sus más conspicuas expresiones, el fascismo de Benito Mussolini, Il Duce, histrión y demagogo, le da al debate connotaciones que trascienden la gran nación. Aun cuando las aprensiones sobre estas tendencias tocan a varios sectores de la sociedad italiana, fue una revista católica, Famiglia Cristiana, el órgano a través del cual se formularon críticas bien fundadas sobre políticas discriminatorias en Italia bajo el gobierno conservador de Silvio Berlusconi, el tycoon que maneja la política, la economía y los medios de comunicación como un imperio del cual les es difícil liberarse a los italianos.


Aun cuando sin inmiscuirse en el debate, el papa Benedicto XVI abordó los perversos síntomas en su plática del domingo 17 de agosto en la Plaza de San Pedro. Como es evidente, el pontífice lo hizo como una reflexión dentro del contexto de otros asuntos. No obstante, sus palabras no pasaron inadvertidas. Las trascribo aquí porque mejor que cualquier glosa es el propio texto. Oigamos:


"¡Que importante es, sobre todo en nuestro tiempo, que cada comunidad cristiana profundice cada vez más su convicción, con el fin de ayudar también a la sociedad civil a superar cada posible tentación de racismo, intolerancia y exclusión y a organizarse con escogencias respetuosas de la dignidad de cada ser humano! Una de las grandes conquistas de la humanidad es haber superado el racismo. Sin embargo, se registran en distintos países nuevas manifestaciones preocupantes, ligadas a menudo a problemas sociales y económicos, que nunca deberían justificar el desprecio y la discriminación racial. Recemos porque en todos lados crezca el respeto por cada persona, conjuntamente con la responsable convicción de que sólo en la recíproca aceptación de todos es posible construir un mundo signado por auténtica justicia y paz verdadera".


En cualquier otro momento, las expresiones de Benedicto XVI habrían sido interpretadas como una reiteración de viejos principios de la Iglesia. Pero no es así. Los temores de una vuelta del fascismo no son ni visiones o ejercicios de sonámbulos. Son, sí, pesadillas, las pesadillas de quienes ven que lo que se llamó fascismo en el XX, reaparece ahora con otros nombres y con otros colores en el siglo XXI.


El asunto conmueve a Italia. No se puede ser ajeno ante las políticas de discriminación racial, o los extremismos que llevan a medidas como las de tomar las huellas digitales a los recién nacidos, uno de los aspectos en que Famiglia Cristiana ha puesto mayor énfasis. O la persecución de inmigrantes por parte de soldados y guardias militares.


Las palabras del Papa no cayeron en la indiferencia. De inmediato, los ministros de Berlusconi dieron un paso al frente para alegar que "el Papa había hablado urbi et orbe", y no para Italia y los italianos. El Vaticano no dio explicaciones, porque las palabras dichas no necesitan otras palabras.


El editor de Famiglia Cristiana respondió que, en efecto, el Sumo Pontífice había hablado para el mundo, "pero Italia es parte de ese mundo". Más claro no canta un gallo. Retengamos este postulado de Benedicto XVI: "Una de las grandes conquistas de la humanidad es haber superado el racismo". No fue fácil esa lucha de siglos. Tampoco fue fácil la derrota del totalitarismo, llámense como se llamen sus profetas, Mussolini, Stalin, o Hitler.
Tulio Hernández

No hay comentarios: