viernes, 8 de agosto de 2008

Argelia Ríos // "Plan B", categoría huracán

Las 26 leyes "reformistas" no son demostraciones de fortaleza real, sino de quien olfatea su otoño
Sí, Yon: penosamente, la respuesta es afirmativa.
El mandamás anda buscando bronca.
Sumido en el pánico ante la irremediable mengua de su poder, Chávez apela al clásico conjuro de las villanías venidas a menos.
Todas sus encarnaciones lo hicieron: mientras mayor era el miedo personal que les atenazaba, más convincentes debían parecer sus esfuerzos por disimularlo. A cada sátrapa le llega el momento de fingir control, sin tenerlo en realidad: para trasladar sus propios espantos hacia la sociedad, crear confusión, y retrasar -que de eso se trata siempre- su inexorable desalojo del trono.
Con motivos o sin ellos, la imaginación de las horas finales suele ser un pensamiento fijo entre los abusadores más historiografiados. El comandante no es una excepción: así lo dicen los hechos, aunque con éstos se procure hacer gala de fuerza.
En ese libreto, cada atropello se vuelve más abominable que el anterior, en una sucesión escandalosamente repulsiva...
Créanlo: las inhabilitaciones y las 26 leyes "reformistas" no son demostraciones de fortaleza real, sino paradas propias de un patriarca que olfatea su otoño. En ésta, Chávez ha expuesto sin rubor su deseo desenfrenado de generar lo que Goicoechea se teme: una Venezuela carbonizada bajo las llamas de la violencia.
Una mala imitación de Bahía de Cochinos, que vendría a demostrar la fascinación del comandante por las falsificaciones: la de la democracia bolivariana, y la de su condición de víctima "del fascismo".
Así es, Yon: algunas especies se alimentan de desechos. El señor de Miraflores quiere "vitaminarse" con un ventarrón tan escatológico como aquél que casi le reventó las tripas un día. Con tantas promesas incumplidas, Chávez quiere un sofocón que revalorice sus palabras ahuecadas: un vendaval para elevarse como el único factor estabilizador, el exclusivo garante del orden, el gendarme necesario al que el país -en llamas- le entregará, primero que nada, una nueva reelección.
A eso se reducen las leyes y las inhabilitaciones y todo lo que estamos por presenciar: al capricho de quedarse a la macha, con el cañón apuntando al ciudadano.
No por trillados ni aburridos los argumentos dejan de tener validez: la provocación es la esperanza del Gobierno.
La diferencia es que ahora ese trapo rojo sí debe ser embestido. Noviembre es una oportunidad para convertir la campaña electoral en un agresivo "plan B": una "ventolera" que se exprese en una excepcional movilización de protesta cívica, donde la gente -otra vez en la calle- exija el respeto al voto.
Ese "plan B" debe contener un reclamo contra la eventualidad de un fraude y el desconocimiento del 2D. Y, sobretodo, debe demostrarle a Chávez que su miedo personal no es transferible al país. Sólo cuando se convenza de eso, el Presidente se resignará, tal cual lo hicieron, finalmente, sus pares del mundo. El "plan B" sigue siendo el "plan A", pero elevado a la categoría huracán.
Argelia.rios@gmail.com

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