lunes, 11 de enero de 2010

Santiago Quintero // Emilio Jesús Medina Smith




Hay jóvenes que parten hacia el destino final sin avisar con tiempo, sin decir adiós. Hay jóvenes que navegan en el entusiasmo del conocimiento, y alzan el vuelo porque los cielos conocidos resultaron pequeños para el despliegue de sus alas. Hay seres que viven con el espíritu pujante de la gran empresa por emprender. Así era Emilio Jesús Medina Smith. Un joven catedrático todo energía, todo entusiasmo.Un talento que se perdía de vista, un creyente en las posibilidades de su vida y de su país, de su hora, de su momento. Se ha ido Emilio, se ha ido para estar siempre de regreso porque no se despidió al irse.

La Universidad de Carabobo vió cómo desde sus entrañas emergía un portento para dignificar sus aulas. Allí se formó Emilio como economista. Un economista que llegó a leer profundamente en el fascinante mundo de la Macroeconomía. Hacia ese lugar tenía enfocado el telescopio de su mente brillante y ágil, de hablar preciso, con el escalpelo del taxidermista siempre presto para analizar al detalle el estado de los tejidos económicos de su nación. Y fue lejos, muy lejos, tanto como su vida le permitió para buscar en donde se encontrase, la fuente del saber que en el fondo percibía como la clave del bienestar de su pueblo. Cuando Emilio encontraba una veta interesante en su labor de espeleólogo económico, se ensimismaba en su búsqueda siempre optimista. Así realizó, pacientemente, un banco estructurado de datos de la macroeconomía venezolana que nos brindó un perfil de la gestión del Banco Central de Venezuela desde la segunda mitad del siglo XX. En las manos de Emilio se activó la imprenta de Infaces para publicar la investigación económica de su nación con miras al futuro. Con su desbordante talento fue a la Universidad de Sussex, la catedral de la economía británica, para doctorarse en la ciencia madre que lo eligió como hijo para su crecimiento. De allí partiría como Comisionado de Naciones Unidas para el Desarrollo del Medio Oriente, donde buscó sembrar en las tierras de los conflictos permanentes de la humanidad, las semillas del bienestar económico para cultivar la paz.

Emilio era un viajero del destino. Había la impresión al conocerlo, que Emilio compraría el boleto más rápido para el destino que quería, su ruta de navegación estaba fijada por la firmeza de sus convicciones. Así tomó decisiones de vida, así se hizo a la mar del mundo porque la navegación que quería no se encontraba bordeando la orilla. Emilio quería llegar al corazón del reactor, para buscar la energía que arrancase el motor del desarrollo de su patria, aunque fuera en alta mar, porque tenía un mandado por hacer de su padre: encontrar donde fuese el código de la prosperidad para decantarlo en las aulas a sus privilegiados alumnos. Así fue. Quien lo acompañara tendría que saber que no podía aferrarse a un lugar, porque Emilio era simiente del viento. Algo en las venas tenía de aquellos médanos falconianos de sus progenitores y parientes. Algo que discurría más allá del tiempo. No se conformaba con ver las estrellas; quería vivir en ellas.

Emilio era un muchacho querendón de su casa. De su familia. De su madre, de su hermana, de sus abuelas, de sus tías, de sus tíos, de sus amigos. Emilio, es el ejemplo joven para los jóvenes de su país: la familia es el corazón de la patria donde venimos y su amor, el afecto más grande que podemos cultivar. Salud por siempre, Emilio Jesús.



santiagoquintero@gmail.com

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