Debemos reflexionar acerca de cómo cada ciudadano hace y construye una nueva democracia
Desde los convulsionados días del Caracazo, se ha discutido y reflexionado profundamente sobre el tema de la democracia y sus distintas formas de aplicación. A partir de ese estallido social con el que amaneció la ciudad, se comprendió la necesidad de una reforma del Estado, pero sobre todo se sintió la necesidad de inclusión de un sector mayoritario de la población, que no se encontraba ni integrada, ni representada.
La Constitución vigente reconoce (como efecto bumerang para el poder) la participación de los ciudadanos, no sólo en el control de la gestión, sino incluso en el diseño de las políticas públicas. Si algo es justo reconocer del proceso constituyente de 1999 es el blindaje legal que dio a la participación ciudadana, para nosotros una herramienta a la que aún no le hemos dado la utilidad que posee. Recordemos entonces aquella época incandescente cuando en cada sector, en cada urbanización y en cada barrio se realizaban asambleas de ciudadanos para discutir sobre lo que ocurría en el país y, de manera más interesante para el desarrollo democrático, se debatía sobre problemas locales. La democracia no puede ser defendible únicamente cuando se trata de las elecciones; tampoco se la puede relegar a minúsculos espacios de poder que finalmente terminan repitiendo errores del pasado, sin con ello desconocer el mérito y también el error del proceso que se ha vivido para llegar a la legislación actual. Tampoco puede verse, como lo hace el gobierno, como único logro las letras legales, sin que éstas consigan asidero en la praxis. La democracia -que evidentemente a medida que pasa el tiempo entendemos que puede ser infinitamente perfectible- no puede verse desde la posición maniqueísta y reduccionista que ha privado hasta ahora. Debemos reflexionar acerca de cómo cada uno desde su papel de ciudadano hace y construye una nueva democracia, una democracia que nos permita avanzar desde lo individual a lo colectivo, sin perder de vista la importancia de ambas perspectivas. No podemos continuar siendo reactivos y seguir la agenda que plantea el gobierno en sus reuniones. Debemos dar un alto y pensar nuestro país como verdaderamente lo vive y lo sueña ese 90% que (según Seijas - IVAD) reclama diálogo. Pensemos realmente cómo trabajar desde los espacios que tenemos y los espacios que nos dan aquellas personas que creen en nosotros, pero también usted, amigo lector, haga su introspección y pregúntese: ¿qué está haciendo usted para colaborar con un país distinto? ¿Qué está haciendo usted para reconocer al otro? Y cuando hablo del otro, no es una abstracción. Cuando hablo del otro es el vecino, es el que camina a su lado, el que maneja a su lado, el que se sienta en el cine en la misma sala que usted, el que es su compañero de trabajo, el que está en la cola del banco delante de usted, en fin, aquellos que nos rodean y que son irrespetados por cada acción de viveza criolla.
Lo que quiero decirles en concreto es que la ciudadanía no la construye el Presidente, o los ministros, o la Fuerza Armada, o la Asamblea Nacional, o el CNE, o el Tribunal Supremo de Justicia. La ciudadanía la construimos los ciudadanos con la vida cotidiana, con pequeñas e imperceptibles acciones que suman una patria distinta, un país distinto "capaz de reconocer en su destino en su propia memoria". Defendamos la democracia no de forma ocasional, no cuando esta bandera nos convenga. Defendamos la democracia en todo momento, en cada situación. Defendamos la democracia como forma de vida. Defendamos la democracia reconociendo al otro y haciéndonos responsables por el entorno que nos rodea. Defendamos la democracia haciendo democracia.
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